viernes, 30 de septiembre de 2016

Hay trenes que es mejor cojer cuando vuelven a pasar

Nos han dicho tantas veces que los trenes solo pasan una vez en la vida que a veces, hemos reaccionado ante esa oportunidad cuando no estábamos preparados para hacerlo. De esta manera, lo que conseguimos es decepción, frustración y un recuerdo amargo de un camino que en otro momento habría sido maravilloso.

Esos trenes vienen cargados de esperanzas, de oportunidades, de progresos en nuestra vida y dejarlos pasar, así como si nada, parece algo que no nos podemos permitir. Una ley no escrita dice que si lo hacemos, estaremos destinados a la desgracia.

Por fortuna, esto no es más que el resultado de otra de las muchas creencias irracionales existentes en nuestra sociedad, que lo único que hacen es sobreactivarnos y generarnos ansiedad. Nos apremian para que estemos siempre alertas a cualquier tren que pase y que nos acerque a nuestro futuro, por mucho que los obstáculos que nos platee sean mayores que las herramientas o los recursos con los que vamos a poder contar a corto plazo.

La vida es un camino lleno de trenes y cada día es una nueva estación en la que podemos decidir cuál coger. Decisiones en las que las renuncias son tan importantes como los billetes que sí decidimos financiar. Pensamos que si alguna vez tuvimos esa oportunidad de oro entre nuestras manos y la desaprovechamos, ya no podremos tener ninguna más y esto no es más que producto de un pensamiento mágico, ilógico, irreal.

Vivimos en un mundo en el que cuando se cierra una puerta, se abren cinco, cuando una oportunidad se te escapa, aprendes y tras ese aprendizaje, aparece otra mejor y así, durante toda tu vida. Así, tengas la edad que tengas, puedes seguir apostando por cambios.

Pocas cosas son irreversibles, menos de las que pensamos. Reflexiona: si no lograste algo hoy porque no te sentías preparado para tomarlo, porque no te enteraste de que estaba ahí o porque simplemente no era tu momento, no te preocupes porque ni se acaba el mundo por ello ni tampoco van a dejar de pasar trenes.

Olvídate de “era el amor de tu vida y no lo supiste ver” o “era una oportunidad laboral que no podías permitirte desaprovechar”. Todo esto solo son pensamientos de terceros, terceros que tienen miedo a fallar, al fracaso o a que no todo en esta vida les salga perfecto.

Crees que existe algo así como “el amor o el trabajo de nuestras vidas” pero eso no es cierto: Existen amores, personas con las que congeniamos más o menos y existen trabajos, unos mejores y otros peores, pero no son más que eso. El problema es que tú piensas que tu felicidad dependía de ello.
El calificativo de “el de nuestra vida” se lo ponemos nosotros y por ello lo pasamos tan mal cuando se nos escapa ese en particular. Lo que has de tener presente es que todos, absolutamente todos nosotros hemos perdido alguna vez “ese tren”, pero hemos sobrevivido, hemos aprendido de ello y hemos cogido el siguiente que venía cargado de sorpresas apasionantes.
Algunos hasta hemos pensado que: ¡menos mal que perdimos ese tren, porque el que vino después era mucho mejor!.

Esos trenes que crees que se esfumaron para siempre, han de volver a su estación de origen. Quizá vengan con otros pasajeros a bordo, quizá con otras cosas que ofrecerte: nuevos trayectos, diferentes paisajes, pero lo que sí es seguro es que volverán.
Es importante para que no caigas en la desmotivación, que sepas que la vida es cíclica y cambiante, que nada es determinante, que las cosas no son blancas o negras: o lo coges o lo pierdes para siempre.

Por lo tanto, has de darte cuenta de que en cualquier momento, en cualquier esquina, puede pasar uno de tus trenes, de los muchos que cogerás a lo largo de tu vida. Lo que sí depende mucho de ti es que estés atento y no te resignes.

Es importantísimo que no te rindas, que sigas perseverando, que sigas llamando a puertas y que nada te frene a ello: ni el miedo, ni la edad, ni pensar que no vales o que vales menos.
La perseverancia es la madre del éxito y lo que no sabemos, es que en realidad, los trenes somos nosotros mismos. 

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/hay-trenes-que-es-mejor-coger-cuando-vuelven-a-pasar/?utm_medium=post&utm_source=website&utm_campaign=popular. 



















 

 

lunes, 27 de junio de 2016

APRENDER A SOLTAR, PARA PERMITIRNOS RECIBIR

A veces, soltar no es necesariamente un sacrificio ni un adiós, sino más bien un “gracias” por todo lo aprendido. Es dejar ir lo que ya no se sostiene por sí mismo para permitirnos ser más libres y auténticos y recibir así lo que tenga que llegar.

Si pensamos en ello durante un minuto nos daremos de que las mejores decisiones, esas a las que le sigue un estado de grata felicidad, implican precisamente el tener que soltar algo. Puede que sea un miedo, una angustia, el poner distancia de un lugar o incluso de una persona. La renuncia es parte del proceso de la vida. Es algo natural, porque todos estamos obligados a elegir en qué y en quién invertimos nuestro tiempo y esfuerzo. 


"Suelto, entrego, confío y agradezco, porque hay que dejar ir lo que no quiere quedarse, lo que pesa, lo que ya es falso… Para permitir así que en nuestro corazón solo quede lo que es auténtico".


Un hecho a tener en cuenta también es que el acto de soltar, por sí mismo, no implica solo cortar esos lazos que ponen vetos al crecimiento personal y a la felicidad. Soltar significa en ciertos casos tener que desprendernos y reformular muchos de nuestros constructos psicológicos, tales como el ego, el rencor, o incluso el propio miedo a la soledad.

Porque quien quiera recibir, debe tener preparado el corazón para acomodar esa nobleza que no entiende de egoísmos ni de tormentas interiores.

 La vida es muy corta para vivir permanentemente frustrados. Por ello, y si de verdad deseamos ser felices debemos ser capaces de tomar decisiones, de saber en qué y en quién deseamos invertir nuestro tiempo. Ahora bien, como ya puedes intuir, decidir implica muchas veces tener que renunciar, un ejercicio que deberá hacerse de forma consciente y madura asumiendo las consecuencias.

"La vida es un eterno dejar ir, porque solo con las manos vacías serás capaz de recibir". 

Para ayudarte en el complejo camino de la renuncia y en el arte de soltar, vale la pena recordar que para la filosofía budista la felicidad no es más que un estado mental de calma y bienestar. Así pues, atiende con sosiego y sabiduría todo aquello que te envuelve para intuir qué te ofrece serenidad y qué ruido, qué y quién nutre tu alma con respeto y qué o quién te trae tempestades en días despejados. Decide, elige, confía en tu instinto y, sencillamente, suelta.

Otro aspecto que es preciso recordar es quien tiene la valentía para soltar también debe ser digno para recibir. De ahí, que valga la pena reflexionar unos instantes en estas dimensiones: 

-Hemos de renunciar a nuestra necesidad por mantener siempre el control sobre los demás. Es necesario “ser” y “dejar ser”. Quien reclama libertad personal para crecer debe ser capaz a su vez de poder ofrecerla. 

-Renuncia a la necesidad de tener siempre la razón. Asumir el equívoco es crecer y saber guardar silencio cuando el momento lo requiere es un acto de sabiduría. 

-Suelta tu ego, libérate de la necesidad de impresionar, de tener que competir, de reclamar la atención cuando nadie te observa, de buscar cualquier falsa compañía cuando temes a la soledad. Suelta tu miedo para permitirse ser auténtico, para ser tú mismo, esa persona que es tan capaz de dar, como de recibir.

En conclusión, en esta compleja pero apasionante lucha cotidiana por ser felices, todos nosotros deberíamos practicar el saludable ejercicio de soltar lo que nos pesa, amar lo que ya tenemos y ser agradecidos ante todo lo bueno, que sin duda, está por llegar.








 

 

martes, 29 de marzo de 2016

Aprender a equivocarse

No hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Cristo Hoy .

Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.

He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden.

Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.

Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.

Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño debería crecer con convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos que el número de fallos que cometen.

Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.

Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados para la perfección.

Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto".

Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo saca amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.

No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.
 

Cuando arrecia la tormenta - Reflexion de dolor y muerte


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org.

Estaba tan tranquilo mi Señor, que pensaba que ya nada malo me podía volver a ocurrir. Tenía una alegría sincera, y no era la felicidad de tener todo bajo control, sino la extraña sensación de haber sido capaz de llegar a un puerto seguro. Como un barco que logra lanzar el ancla en una bahía abrigada de los vientos del mar abierto, para poder poner el pie en tierra y buscar el calor de una casa acompañada de buena comida y amigos. Amigos que me hagan sentir seguro, amado y esperado.

Y de repente, mi Señor, la tormenta se echó sobre mí con toda su fuerza, una vez más. Imprevistamente me encontré en mar abierto, arrancado del calor del hogar para sentir nuevamente la confusión de haber perdido la seguridad, la paz, el cobijante calor del hogar. No quiero pasar por esto, no estoy preparado, porque la herida que sufrí la vez anterior todavía no ha sanado, aun me duele y ya estoy nuevamente expuesto a una nueva herida, quizás peor que las anteriores.

La tormenta arrecia, por fuera y dentro mío también, aquí mismo. Los golpes se suceden uno tras otro, es difícil de explicar lo difícil que es sentir que me has abandonado Señor. A pesar de que te he visto a mi lado tantas veces, ahora estas tan lejos que ni siquiera tengo certeza de que pueda volverte a oír, y hasta me asaltan dudas de que realmente existas.

En el vacío del abandono, en medio de la noche más negra de mi alma, la tormenta hace destrozos y arranca sentimientos de enojo, de furia, que rápidamente se disipan para dar lugar al miedo, a la desesperación, a la muerte de la fe. El viento destructor es tan frio que mata todo lo que toca, deja una sensación de vacío y silencio interior semejante a una roca cubierta de escarcha y hielo. Toco y busco vida, pero el vacío en mi pecho parece decirme que todo está perdido, que ya no hay esperanza. Un corazón muerto, yermo.
En ese punto límite cuestiono todo lo que siempre me has enseñado, Señor. Hasta dudo de mis diálogos contigo, quizás fueron pérdida de tiempo y signo de locura. Si, empiezo a creer que Tus Caminos fueron un engaño, una falsa idea instalada en mi mente. Quizás Tu Palabra fue un espejismo de mi imaginación, porque aquí ya no hay nada, solo esta tormenta tremenda que arranca y rompe todo lo que me dio seguridad en el pasado.
 
Y justamente cuando más arrecia la tormenta, cuando he decidido solo confiar en mis propias fuerzas, es que veo el engaño al que he sido arrojado, una vez más. Ya no esperaba nada, solo me dejaba mecer por los golpes que una y otra vez me sacudían como una hoja muerta. Y sin embargo algo se encendió dentro de mí, una pequeña luz, una chispa en medio de la oscuridad. Creí que  era solo mi imaginación, pero no, allí estaba nuevamente. Un anhelo de seguir, una repentina ilusión de levantarme y hacer frente al viento arrasador. El hielo que cubre mi alma empieza a transformarse en agua, quiere derretirse ante el calor que asoma por debajo de la carne de mi corazón, que quiere volver a latir.
Esa luz repentina que pones en medio de la tormenta, ese calor casi imperceptible que hace latir nuevamente a mi corazón, ese renacer de la esperanza cuando todo está perdido. ¡Debes ser Tú, mi Señor! No hay otro que pueda hacer eso, nadie puede imponerse a la desesperanza como Tú, porque Tú eres la Esperanza misma. No es que no arrecie la tormenta, es solo que sé bien que Tú eres el Dios de las tormentas, Tú las haces y las deshaces y no hay fuerza o contrariedad que pueda superar a Tu Voluntad.

¡Señor, aquí está Tu siervo, Tu siervo Te escucha mi Señor, rescátame de este pozo de desesperación!
Y suavemente te digo al oído, cuando te pones a mi lado: Una Palabra tuya bastará para sanarme, Señor. No hace falta que entres a mi casa, porque mi fe se ha restablecido y ya no confiaréAncla en mis fuerzas, sino solo en Tu Poder, mi Dios. Mi alma canta, se alegra por todas Tus maravillas, porque iluminaste mi noche y te impusiste a mis miedos. ¡Ya no temo a la tormenta que ruge a mi alrededor! Sé que nada ocurre sin que Tú así lo permitas, o lo desees. Por eso confío en que nada me puede pasar, a mí que soy Tu siervo, Tu hermano, Tu hijo.
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado. Los vientos arrasadores solo alimentan mi alegría de saberme amado por Ti, de saberme Tu hermano, de poder compartir el dolor del Dios del Dolor. Dame Señor de lo que necesito, Tú me conoces en lo más profundo de mi corazón, hurga en mi alma ennegrecida y pon allí el brillo de Tu Amor para que la aurora me encuentre aferrado a Ti.